Singulatim
o el costado individualizante del aula: el método de los jesuitas:
Si bien Comenio se basó en cómo la
centralidad de la prédica podía ser trasladada a las formas de comunicación del aula, existió
también una pedagogía que acentuó la otra cara del poder pastoral, la atención
a cada individuo (Singulatim). La escolarización fue una tarea predilecta de
los jesuitas, quienes sin embargo imaginaron en su pedagogía un aula diferente
a la planteada por Comenio.
La pedagogía jesuita está corporizada en
el reglamento de estudios válido para todas las escuelas de la orden en el
mundo: la Ratio Studiorum. Ésta fue elaborada a lo largo de varias décadas, en
consulta con las diversas organizaciones de la orden y sobre la base de las
experiencias que se iban ganando en el terreno escolar.
Por último, la primera versión definitiva
fue sancionada en 1599 y mantuvo su vigencia hasta 1832, cuando fue levemente
modificada. Todas las obras de pedagogía jesuita se dedicaron a comentar,
introducir, ejemplificar y matizar la Ratio Studiorum, por lo cual asumió el
carácter de texto pedagógico fundador dentro de la orden.
Los jesuitas hicieron gran hincapié en las
relaciones entre la enseñanza, el gobierno y la prédica. Los jesuitas abrían a
sus hermanos otra posibilidad que era la carrera escolar. Ésta era para
aquellos que podían predicar y gobernar.
Los jesuitas fueron probablemente la primera orden que se dedicó a formar un
cuerpo letrado, que ocupó posiciones no sólo enseñando a otras generaciones
como parte de la orden, sino dentro de la creciente burocracia del Estado
(Varela, 1983).
El
aula jesuita era un espacio claramente recortado de la vida diaria, donde sólo
se hablaba latín y se enseñaban contenidos literarios clásicos. El latín, el
griego y la religión eran el centro del curriculum. Dentro de la estrategia del poder pastoral, la pedagogía jesuita puso de
relieve la cuestión de la atención individual, probablemente derivada de la
tradición de la práctica católica de la confesión y absolución, que fuera tan
criticada por los reformadores protestantes.
Uno
de los obstáculos para ello era que el aula jesuita era numerosa (se calcula
que en el espacio pedagógico convivían entre 200 y 300 alumnos). Los jesuitas
se esforzaron por idear un método que conservara tanto la individualización
como la educación masiva. Para ello crearon la figura del decurión:
al alumno más avispado o más avanzado, capaz de controlar a otros
individualmente en su proceso de aprendizaje, se lo distinguía del resto y se
lo nombraba ayudante del docente. Dice al respecto la Ratio Studiorum:
Los
decuriones deben ser elegidos por el docente. Los mismos deben escuchar aquello
que se ha aprendido de memoria, deben recolectar los escritos para el docente,
deben anotar en un cuaderno cuántas veces la memoria se detiene, quién no ha
hecho el trabajo escrito o quién no ha traído los materiales; también deben
realizar otras cosas, i es que el docente lo desea. (Ratio Studiorum, 1887).
Los
escolares deben repetir a los decuriones aquello que ha sido dado para
memorizar. (…) Pero los decuriones mismos deben repetirlo ante el decurión
superior o ante el docente mismo. El docente debe escuchar la repetición de
algunos alumnos, como por ejemplo de los más lentos y de los que llegan tarde
para poder comprobar la confiabilidad de los decuriones y para mantener el
esmero de todos los alumnos.
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