El problema de la definición conceptual:
Cotidianamente
la comunidad de psicólogos debe lidiar con el problema de la definición
conceptual, que de no hacerse consciente, puede llevar a grandes errores en las
investigaciones y, como no, en sus conclusiones. ¿Qué es la inteligencia? ¿Qué
es el aprendizaje? ¿Qué es la enseñanza? Estos conceptos nos son muy
familiares, los ocupamos constantemente en nuestro trabajo, quienes nos
dedicamos a la educación, e incluso quienes no lo hacen. Sin embargo, qué son,
según quién. Cómo podríamos decir que en aquella escuela los niños aprenden más
que en esta otra, o que los profesores de allá enseñan mejor que acá.
El
primer y último problema con que tienen que lidiar los psicólogos educacionales
es con las definiciones conceptuales. El problema está presente tanto al
definir su objeto de estudio, como al término de su investigación, cuando
intentan sacar conclusiones. Bredo (2006) identifica tres problemas
conceptuales implicados en la investigación que es fundamental que el psicólogo
tenga en mente, de modo que no sean pasados por alto: reconocer las confusiones
conceptuales, la falacia del psicólogo y la concepción de las funciones
mentales como entidades.
Sin
lugar a dudas es imprescindible, para el desarrollo de la psicología
educacional como ciencia, el que logremos ciertos consensos conceptuales. Pero
antes que ello, es fundamental que sepamos reconocerlos. Bredo (2006) dice que
nos cuesta reconocer las confusiones conceptuales porque éstas están
invisibilizadas por la familiaridad y por el hábito con que empleamos los
conceptos. En algún momento aceptamos un concepto por algunos motivos, sean
estos políticos, modas, e incluso por simplemente irreflexión, y olvidamos las
limitaciones de éste, y lo seguimos
empleando sin más.
Así
vamos quedando inmersos en confusiones conceptuales que se van transmitiendo y, lo que es peor, se va dejando en el olvido el
criterio por el cual se seleccionó ese concepto y no otro. Lo complejo de esta
situación es que es muy difícil reconocer las confusiones conceptuales, porque
no existe manera de salirnos de nuestro universo conceptual para ver cómo éste
se relaciona con la realidad en sí misma.
El
segundo problema es lo que William James llamó la “falacia del psicólogo”, que
refiere a cuando el psicólogo parte de la idea de que está investigando hechos
mentales de manera directa, o al desnudo, sin interpretación de por medio. La
trampa está en confundir su propio punto de vista con aquél sobre el cual está
haciendo su informe (James, 1890/1950, citado en Bredo, 2006).
Y
por último, el tercer problema a la concepción de las funciones mentales como
entidades, la confusión de los conceptos propiamente tales con los objetos.
Como lo sugiere John Stuart Mill, existiría una tendencia muy fuerte a creer
que cualquier cosa que recibe un nombre ha de ser una entidad o ser, teniendo
una existencia independiente. Por lo tanto, si una persona no encuentra aquello
que ha sido nombrado, no creerá que no existe, sino que imaginará que aquello
es particularmente complejo y misterioso.
Volver
a la epistemología para resolver asuntos prácticos para algunos puede resultar
irrelevante, pero no lo es cuando de ello puede depender la validez de la
conclusión de nuestras investigaciones y de las propuestas que puedan hacerse
para mejorar la educación.
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