domingo, 25 de mayo de 2014

El problema de la definición conceptual:

Cotidianamente la comunidad de psicólogos debe lidiar con el problema de la definición conceptual, que de no hacerse consciente, puede llevar a grandes errores en las investigaciones y, como no, en sus conclusiones. ¿Qué es la inteligencia? ¿Qué es el aprendizaje? ¿Qué es la enseñanza? Estos conceptos nos son muy familiares, los ocupamos constantemente en nuestro trabajo, quienes nos dedicamos a la educación, e incluso quienes no lo hacen. Sin embargo, qué son, según quién. Cómo podríamos decir que en aquella escuela los niños aprenden más que en esta otra, o que los profesores de allá enseñan mejor que acá.
El primer y último problema con que tienen que lidiar los psicólogos educacionales es con las definiciones conceptuales. El problema está presente tanto al definir su objeto de estudio, como al término de su investigación, cuando intentan sacar conclusiones. Bredo (2006) identifica tres problemas conceptuales implicados en la investigación que es fundamental que el psicólogo tenga en mente, de modo que no sean pasados por alto: reconocer las confusiones conceptuales, la falacia del psicólogo y la concepción de las funciones mentales como entidades.
Sin lugar a dudas es imprescindible, para el desarrollo de la psicología educacional como ciencia, el que logremos ciertos consensos conceptuales. Pero antes que ello, es fundamental que sepamos reconocerlos. Bredo (2006) dice que nos cuesta reconocer las confusiones conceptuales porque éstas están invisibilizadas por la familiaridad y por el hábito con que empleamos los conceptos. En algún momento aceptamos un concepto por algunos motivos, sean estos políticos, modas, e incluso por simplemente irreflexión, y olvidamos las limitaciones de éste, y lo seguimos  empleando sin más.
Así vamos quedando inmersos en confusiones conceptuales  que se van transmitiendo y,  lo que es peor, se va dejando en el olvido el criterio por el cual se seleccionó ese concepto y no otro. Lo complejo de esta situación es que es muy difícil reconocer las confusiones conceptuales, porque no existe manera de salirnos de nuestro universo conceptual para ver cómo éste se relaciona con la realidad en sí misma.
El segundo problema es lo que William James llamó la “falacia del psicólogo”, que refiere a cuando el psicólogo parte de la idea de que está investigando hechos mentales de manera directa, o al desnudo, sin interpretación de por medio. La trampa está en confundir su propio punto de vista con aquél sobre el cual está haciendo su informe (James, 1890/1950, citado en Bredo, 2006).
Y por último, el tercer problema a la concepción de las funciones mentales como entidades, la confusión de los conceptos propiamente tales con los objetos. Como lo sugiere John Stuart Mill, existiría una tendencia muy fuerte a creer que cualquier cosa que recibe un nombre ha de ser una entidad o ser, teniendo una existencia independiente. Por lo tanto, si una persona no encuentra aquello que ha sido nombrado, no creerá que no existe, sino que imaginará que aquello es particularmente complejo y misterioso.
Volver a la epistemología para resolver asuntos prácticos para algunos puede resultar irrelevante, pero no lo es cuando de ello puede depender la validez de la conclusión de nuestras investigaciones y de las propuestas que puedan hacerse para mejorar la educación.


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