Los
especialistas en la materia se encuentran divididos. Hay partidarios encendidos
de la independencia y firmes defensores de una posición más suavizada, con
diversos matices, respecto al carácter de la investigación posible y eficaz en
este campo complejo de los fenómenos educativos. Gilly (1981), por ejemplo,
afirma que la psicología de la educación no debe reducirse a la aplicación de
los datos científicos elaborados fuera del contexto escolar, sino que debe
partir de problemas planteados por las situaciones educativas mismas. Su campo
de trabajo es la interacción, describiendo las condiciones adecuadas para la
realización de los objetivos pedagógicos originados en una determinada
situación particular y estudiando los procesos interindividuales por los cuales
se producen cambios en los individuos.
Ausubel
(1969),
por su parte, la concibe
como una ciencia aplicada
señalando tres direcciones posibles en la investigación: a) investigación pura; b) investigación extrapolada
de las ciencias básicas; y c) investigación aplicada. Él plantea que la gran diferencia entre la
psicología y la psicología de la educación, radica en que la primera se
preocupa de estudiar las leyes generales del psiquismo humano, mientras que la
segunda, de las leyes que el psiquismo humano rigen el aprendizaje escolar, por
tanto se constituye en una ciencia aplicada a los problemas educativos, así
como, la ingeniería mecánica, por ejemplo, no es física general aplicada al
diseño de máquinas, sino que constituye una teoría separada de carácter
aplicado que resulta tan relevante como la teoría de las disciplinas básicas,
pero que está enunciada en un nivel inferior de generalidad y posee una
relevancia más directa para los problemas aplicados en sus respectivos campos.
Glaser
(1978), aboga por un modelo interactivo, un continuo de ciencia y tecnología
que anude los dos extremos, la práctica y el conocimiento, mientras Anderson y
Faust (1973) se inclinan más por una versión tecnológica de la psicología de la
educación, ya que ni la investigación directa en contextos educativos ni la mera
extrapolación de la investigación psicológica han funcionado anteriormente.
Coll (1988),
por su parte, plantea la psicología de la educación como una ciencia aplicada, ya que no
sólo busca conocimientos, sino también fines prácticos. Por lo
mismo, no debe limitarse a ser una mera psicología general aplicada a los
problemas educativos, pero tampoco una tecnología que se limite a traducir en
términos operativos los principios generales de la ciencia de la conducta,
porque en este caso carecería de espacio propio y específico en el mapa de las
ciencias. Por el contrario, debe investigar problemas educativos y en el nivel
de complejidad en el que se plantean, es decir, será una ciencia que estudia la
conducta que se produce en situaciones educativas.
De
todo lo dicho anteriormente, se deduce que la psicología de la educación es una
rama de la psicología, por eso el objeto propio de esta disciplina será la
conducta, si bien el término conducta no tiene el sentido reduccionista que ha
tenido en algunas escuelas, sino que abarca tanto la manifestación
comportamental externa como la significación intencional.
Como ciencia aplicada, la psicología de la educación
estudia un tipo especial de conducta, la conducta que tiene lugar en
situaciones educativas, o sea, la conducta que cambia, o el cambio de conducta
que se produce como resultado de la práctica instruccional, es decir, el
aprendizaje.
Pero
se trata de un aprendizaje en el contexto educativo, ligado, por tanto, a unas
condiciones específicas expresamente instrumentadas para estimular y optimizar
los resultados de acuerdo con unos objetivos educativos previamente
programados, es decir, el aprendizaje guiado, influido por estrategias
instruccionales adecuadas, lo que se llama proceso de
enseñanza-aprendizaje.
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