No
sólo el método se unificaba, sino que el docente, como la encarnación de la
unificación, aparecía con toda su centralidad. Si bien ante la masividad del
aula de su tiempo Comenio empleaba como ayudantes alumnos avanzados o más
hábiles (llamados decuriones, tomando el ejemplo de la pedagogía jesuítica), no
quería que la autoridad centralizada del enseñante se diluyera.
Las
funciones centrales, como la responsabilidad de garantizar la atención de los
alumnos, eran competencia del maestro: “Esta atención no se despierta o se
mantiene simplemente a través de los decuriones o de otros a los que se les
confía la inspección, sino que se realiza mejor a través del docente mismo (…)
(Comenio, 1986). Comenio propuso un aula donde se configuraba una autoridad
centralizada a través del habla directa al rebaño o grupo que estaba ante él.
Dentro
del contexto de la Reforma protestante, movimiento del cual su orden formaba
parte como secta disidente, esto no era sorprendente. En el protestantismo, la
prédica es el eje central de la misa; es “el medio clásico de la comunicación
religiosa en la forma de un discurso público”. Asimismo, la prédica utiliza una
“forma propia de presentación”. Centralmente, “la prédica es entendible
principalmente para los que acuden al servicio religioso regularmente y que
pueden verse confrontados con la interpretación religiosa de la realidad que es
expuesta por el pastor” (Drehsen, 1995).
Todo
parece indicar, entonces, que el método global o frontal toma muchos elementos
de la tradición y de la escena de la prédica. Así como la regularidad de ir a
misa es una característica importante para acceder a esa presentación
particular, a esa “interpretación” de la realidad que es la prédica, la
regularidad de la enseñanza, su cotidianidad, aseguran que los que escuchan
puedan participar de la escena siguiendo su forma de presentación, que es
diferente de las comunicaciones que la gente tiene fuera de la escuela.
La
comunicación jerarquizada y ritualizada se establece a través de una escena
constante que se repite mediante diversos contenidos. Sin embargo, esta
unificación de la figura de autoridad y su centralidad no significa que la
relación de autoridad sea una pura imposición. Decía Comenio “hay que enseñar a
los hombres, en cuanto sea posible, a que sepan, no por los libros, sino por el
cielo y la tierra, las encinas y las hayas; esto es: conocer e investigar las
cosas mismas, no las observaciones y testimonios ajenos acerca de ellas”.
Para
ello recomendaba que “nada debe ser enseñado simplemente a partir de la
autoridad, sino que todo debe exponerse mediante la demostración sensorial y
racional” (Comenio, 1986). Pensemos en las consecuencias. La encina y el haya,
el cielo y la tierra no están en el aula. El libro y el docente, sí. Esto es,
sólo si el libro y el docente tienen una estructura acorde con la naturaleza,
pueden ejercer una influencia similar a esa naturaleza que, como vimos, es una
expresión de la divinidad. Pero esta influencia conforme al orden natural debe
ser comprendida y no sólo “percibida”.
En
el mismo método que unificaba la autoridad en una persona y sus acciones (el
docente), Comenio negaba que esta autoridad fuera el único principio docente.
En este pastorado que Comenio imaginaba, las “ovejas” ejercerían “técnicas del
yo” basadas en la obediencia a través de la comprensión. Él no quería la
obediencia ciega a la autoridad, sino la obediencia pensada, aceptada: tenemos
aquí el programa de Lutero desarrollado en su máxima expresión.
Por
eso, el problema del control directo era secundario para él: “puede
argumentarse que la inspección particular es necesaria para el control, si cada
alumno tiene sus libros limpios, si escriben sus tareas sesudamente, si
aprenden de memoria con detalle, etc. Y para esto, si son muchos los discípulos
se requiere mucho tiempo. Respondo: no es para nada necesario oír siempre a
todos ni revisar siempre los libros de todos. Pues el docente está auxiliado
por los decuriones como ayudantes y ellos vigilarán a los que están a su
cuidado para que cumplan sus deberes con la mayor exactitud” (Comenio, 1986).
De
esta vigilancia surgiría la obediencia reflexiva. Lo que importaba era
conformar las almas de acuerdo con esta naturaleza divina. El gobierno de los
niños se presenta en esta versión a través de su conducción grupal. Comenio
confiaba en que la obediencia grupal, más que el control individual, era la
técnica escolar adecuada para conducir el alma de los niños masivamente.
El
programa pedagógico de Comenio no llegó a concretarse completamente, y sus
obras más difundidas fueron sus libros de texto “sensoriales” (aprender a
través de imágenes, como en el Orbis sensualium pictum ya mencionado) antes que
la Didáctica Magna. Aunque hoy se
haya vuelto normal o natural, el método global o frontal no fue fácilmente
asimilable en su época. En las escuelas luteranas y protestantes, tanto como en
las católicas, en general siguió reinando la “pura memorización” (Karant-Nunn,
1990) y todavía dos siglos después la generalización del método
global-frontal era toda una innovación.
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