domingo, 25 de mayo de 2014

No sólo el método se unificaba, sino que el docente, como la encarnación de la unificación, aparecía con toda su centralidad. Si bien ante la masividad del aula de su tiempo Comenio empleaba como ayudantes alumnos avanzados o más hábiles (llamados decuriones, tomando el ejemplo de la pedagogía jesuítica), no quería que la autoridad centralizada del enseñante se diluyera.
Las funciones centrales, como la responsabilidad de garantizar la atención de los alumnos, eran competencia del maestro: “Esta atención no se despierta o se mantiene simplemente a través de los decuriones o de otros a los que se les confía la inspección, sino que se realiza mejor a través del docente mismo (…) (Comenio, 1986). Comenio propuso un aula donde se configuraba una autoridad centralizada a través del habla directa al rebaño o grupo que estaba ante él.
Dentro del contexto de la Reforma protestante, movimiento del cual su orden formaba parte como secta disidente, esto no era sorprendente. En el protestantismo, la prédica es el eje central de la misa; es “el medio clásico de la comunicación religiosa en la forma de un discurso público”. Asimismo, la prédica utiliza una “forma propia de presentación”. Centralmente, “la prédica es entendible principalmente para los que acuden al servicio religioso regularmente y que pueden verse confrontados con la interpretación religiosa de la realidad que es expuesta por el pastor” (Drehsen, 1995).
Todo parece indicar, entonces, que el método global o frontal toma muchos elementos de la tradición y de la escena de la prédica. Así como la regularidad de ir a misa es una característica importante para acceder a esa presentación particular, a esa “interpretación” de la realidad que es la prédica, la regularidad de la enseñanza, su cotidianidad, aseguran que los que escuchan puedan participar de la escena siguiendo su forma de presentación, que es diferente de las comunicaciones que la gente tiene fuera de la escuela.
La comunicación jerarquizada y ritualizada se establece a través de una escena constante que se repite mediante diversos contenidos. Sin embargo, esta unificación de la figura de autoridad y su centralidad no significa que la relación de autoridad sea una pura imposición. Decía Comenio “hay que enseñar a los hombres, en cuanto sea posible, a que sepan, no por los libros, sino por el cielo y la tierra, las encinas y las hayas; esto es: conocer e investigar las cosas mismas, no las observaciones y testimonios ajenos acerca de ellas”.
Para ello recomendaba que “nada debe ser enseñado simplemente a partir de la autoridad, sino que todo debe exponerse mediante la demostración sensorial y racional” (Comenio, 1986). Pensemos en las consecuencias. La encina y el haya, el cielo y la tierra no están en el aula. El libro y el docente, sí. Esto es, sólo si el libro y el docente tienen una estructura acorde con la naturaleza, pueden ejercer una influencia similar a esa naturaleza que, como vimos, es una expresión de la divinidad. Pero esta influencia conforme al orden natural debe ser comprendida y no sólo “percibida”.
En el mismo método que unificaba la autoridad en una persona y sus acciones (el docente), Comenio negaba que esta autoridad fuera el único principio docente. En este pastorado que Comenio imaginaba, las “ovejas” ejercerían “técnicas del yo” basadas en la obediencia a través de la comprensión. Él no quería la obediencia ciega a la autoridad, sino la obediencia pensada, aceptada: tenemos aquí el programa de Lutero desarrollado en su máxima expresión.
Por eso, el problema del control directo era secundario para él: “puede argumentarse que la inspección particular es necesaria para el control, si cada alumno tiene sus libros limpios, si escriben sus tareas sesudamente, si aprenden de memoria con detalle, etc. Y para esto, si son muchos los discípulos se requiere mucho tiempo. Respondo: no es para nada necesario oír siempre a todos ni revisar siempre los libros de todos. Pues el docente está auxiliado por los decuriones como ayudantes y ellos vigilarán a los que están a su cuidado para que cumplan sus deberes con la mayor exactitud” (Comenio, 1986).
De esta vigilancia surgiría la obediencia reflexiva. Lo que importaba era conformar las almas de acuerdo con esta naturaleza divina. El gobierno de los niños se presenta en esta versión a través de su conducción grupal. Comenio confiaba en que la obediencia grupal, más que el control individual, era la técnica escolar adecuada para conducir el alma de los niños masivamente.
El programa pedagógico de Comenio no llegó a concretarse completamente, y sus obras más difundidas fueron sus libros de texto “sensoriales” (aprender a través de imágenes, como en el Orbis sensualium pictum ya mencionado) antes que la Didáctica Magna. Aunque hoy se haya vuelto normal o natural, el método global o frontal no fue fácilmente asimilable en su época. En las escuelas luteranas y protestantes, tanto como en las católicas, en general siguió reinando la “pura memorización” (Karant-Nunn, 1990) y todavía dos siglos después la generalización del método global-frontal era toda una innovación.


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