A
partir de este momento, la mayor parte de las experiencias escolares
elementales se realizaron en las lenguas maternas, devenidas lenguas nacionales
en muchos estados; y el latín pasó a ser un contenido de la educación superior.
La Salle también adoptó varias de las formas
disciplinarias individualizadoras de los jesuitas, extendiéndolas al punto de
ejercer una “vigilancia constante sobre el cuerpo infantil” y sobre el cuerpo
docente (Narodowski, 1995).
En
la Conducta de las escuelas cristianas
se estipulaba, por ejemplo, que “los escolares deben estar siempre sentados,
leyendo incluso la tabla del alfabeto y
las sílabas, tener el cuerpo derecho y los pies en la tierra y bien plantados.
Cuando se leen las sílabas deben tener los brazos cruzados y cuando leen los
libros deben tener su libro con las dos manos (…) con su mirada hacia adelante,
un poco inclinado hacia donde está el maestro” (citado en : Chartier y otros,
1976).
El mérito de La Salle fue percibir que el pastorado necesitaba el
momento colectivo tanto como el individual. A diferencia
de Comenio, que descuidaba el
aspecto de control individualizador por parte del maestro y lo delegaba en los
decuriones, La Salle adoptó algunas de las tácticas de gobierno del aula de los
jesuitas. La más visible es la ubicación espacial de los alumnos o locación,
principio que determinaba en qué lugar debían sentarse los niños
en la clase de acuerdo con su mérito,
notas y progresos. La
locación era un arma de los jesuitas para mantener continuamente la competencia
entre los alumnos. La intervención de La Salle adopta el
principio de que la locación es
una decisión de la autoridad. Sin embargo, el
docente no puede actuar libremente:
(…)
habrá en todas las clases lugares asignados para todos los escolares de todas
las lecciones, de suerte que todos los de la misma lección estén colocados en
un mismo lugar y siempre fijo. Los escolares de las lecciones más adelantadas
estarán sentados en los bancos más cercanos al muro, y los otros a continuación
según el orden de las lecciones, avanzando hacia el centro de la clase (…).
Cada uno de los alumnos tendrá su lugar determinado y ninguno abandonará ni
cambiará el suyo sino por orden y con el consentimiento del inspector de las
escuelas. Habrá de hacer de modo que aquellos cuyos padres son descuidados y
tienen parásitos estén separados de los que van limpios y no los tienen; que un
escolar frívolo y disipado esté entre dos sensatos y sosegados, un libertino o
bien solo o entre dos piadosos.
La
Salle, Conducta de las escuelas cristianas, citado en : Foucault, 1995.
La
locación o disposición espacial definía dentro de la clase categorías a las que
los alumnos quedaban fijados. Mientras que en Comenio el grupo era aún una masa
indefinida, la locación lasalleana consiguió que el espacio se volviera
“serial”: un lugar para cada uno, una persona por lugar, permanencia de la
distribución; todo constituía una serie que sólo tenía sentido como conjunto
con un orden particular.
La
“masa” de alumnos se volvió analítica, con componentes que podían aislarse. A
partir de este sistema, y pese a contar hasta con 100 alumnos por clase, el
docente sabía dónde estaba ubicado cada uno, y por qué. Esto le proporcionó un
mejor panorama para controlar la situación de la clase, con intercambios más
previsibles y estandarizados: el alumno A podía hablar con B, C o D, y si todo
fluía como estaba previsto, el docente
obtenía una zona “libre” de preocupaciones y podía concentrarse en las zonas
“difíciles”.
Observemos
también que las categorías de la distribución provenían del sentido práctico
(los alumnos eran organizados por su nivel de progreso o lecciones) o moral
(estaban localizados según su libertinaje, sosiego, sensatez, frivolidad y
disipación). Estas categorías son distintas del mérito-obediencia, criterio
utilizado por los jesuitas.
La
ventaja de la propuesta de La Salle residía no sólo en que contemplaba aspectos
prácticos, sino en que, produciendo un pastorado equilibrado entre el método
global y la individualización, atendía las diversas demandas que planteaba una
sociedad con escasa movilidad social, con estratos definidos y no cambiables,
donde importaba la obediencia como grupo o como estrato, el refuerzo de la
moralización y la disciplina masiva.
Cuando
hablamos de disciplina, no nos referimos sólo al castigo corporal. Con respecto
a este último, el mundo escolar siempre fue muy creativo a la hora de castigar
el cuerpo: arrodillarse sobre granos de maíz, soportar durante horas el
estómago lleno de agua, pararse durante horas con los brazos en cruz, la regla
que golpeaba los dedos, el tirón de orejas, el tirón de pelo. Sin embargo, La
Salle – y antes que él, los jesuitas – habían formulado claramente que lo que
hay que castigar es el alma, lo que hemos llamado aquí buena-mala “conciencia”.
Con
la palabra castigo debe comprenderse todo lo que es capaz de hacer sentir a los
niños la falta que han cometido, todo lo que es capaz de humillarlos, de
causarles una confusión (…) cierta frialdad, cierta indiferencia, una pregunta,
una humillación, una destitución de puesto. La Salle, Conducta en las escuelas
cristianas, citado en : Foucault, 1995.
Esta
disciplina se aplicaba tanto a los alumnos como al cuerpo docente. Recuérdese
que en la Conducta de las escuelas cristianas se incluyó una tercera parte
sobre la inspección y la formación de docentes. El maestro es “objeto de otras
miradas (las del director), quien a su vez podrá estar directamente controlado
por un inspector (el que no deja de observar, además, a maestros y alumnos).
(…)
Se instituye así una cadena de vigilancia en la que sus
eslabones permanecen unidos en virtud del control que ejercen unos sobre otros.
Se instalan así en las instituciones educacionales relaciones de poder
sustentadas en la capacidad de mirar y juzgar (…) (Narodowski,
1995).
Así, el aula se encuentra penetrada por
disciplinas. Con este nombre Foucault conceptualiza técnicas que
se aplican al cuerpo para domesticarlo y, a través de él, lograr efectos en las
almas (Foucault, 1995).
Ser observado, sentarse en determinado lugar
y permanecer quieto, las instrucciones para sentarse “correctamente”, la
insistencia en escribir con la mano derecha, la orientación de la cabeza hacia
adelante que favorece la curiosa “comunicación” entre cara y nuca, son técnicas
aplicadas al cuerpo – no necesariamente castigos – que, con el correr del tiempo, se internalizan, se
vuelven “naturales” y “correctas” para nuestro sentido común. Estas técnicas, a
su vez, producen saberes que influyen en la manera en que percibimos la
realidad social y humana: la economía, la lingüística, la historia, la
biología, la medicina. La hipótesis central de Foucault
con respecto a estas “disciplinas” distintas del
castigo es que se fueron desarrollando en diversas
instituciones – cuarteles, hospitales, escuelas, internados, más
tarde en las fábricas – y empezaron a dominar la vida cotidiana de la
gente.
Estas disciplinas se
desarrollaron dentro de un Estado absolutista, forma dominante del gobierno
político en ese entonces. El absolutismo es una “forma de gobierno en la que el
soberano es el poseedor ilimitado de la competencia de legislar y de
cumplimiento de la legislación. Es un poder que está dispensado de las leyes”
(Zentner, 1990). Durante el siglo XVIII, y debido a cambios culturales,
económicos y políticos, se convirtió en absolutismo o despotismo ilustrado.
¿Cuál es el resultado
de este desarrollo de la pedagogía de la escuela elemental en las condiciones
de la confesionalización y de la formación de los estados absolutistas? El pastorado como principio de conducción se integra cada
vez más a la vida de las masas a través de una nueva forma institucional: la
escuela elemental.