domingo, 29 de junio de 2014

EXORDIO: LA PEDAGOGÍA Y SUS METÁFORAS

Tal como manifestaba Comenio: el docente tiene que actuar como la naturaleza; su acción de enseñar a todos los alumnos al mismo tiempo se parece a la actividad del sol, que calienta a todos los objetos a la vez. También Comenio decía que el docente en el aula es como el arquitecto que comienza la casa por los cimientos; de modo que el docente tiene que empezar por ese cimiento específico que es la disciplina de los niños.
El mismo proceso de ver algo bajo la lupa de otro término se encuentra en la discusión que planteamos sobre el poder pastoral, esto es, si a los alumnos se los ve como a un ejército o como a un rebaño. Para definir una cosa usamos otras. Esto lo hacemos todos los días: podríamos decir que el/la directora/a de la escuela es como un presidente, o como un rey. En ambos casos las comparaciones nos dicen algo, pero en cada uno nos están diciendo algo distinto. Si se dice que el/la director/a de la escuela es como un presidente, la idea es que, si bien dirige el conjunto de la escuela, su poder no es ilimitado. Si se dice que el/la directora/a es como un rey, probablemente eso nos evoca otras cosas: cierto despotismo, caprichos, un poder que parece no reglamentado.
Entonces, estas comparaciones no son inocentes ni neutrales: evocar otros significados implica resaltar relaciones y conexiones que pueden no ser evidentes para los otros, y que queremos que lo sean. Estas afirmaciones no inocentes se han denominado en la retórica “metáforas” y se las conoce desde la Antigûedad, cuando fueron ya planteados por Aristóteles en su Poética. Desde ese entonces, la metáfora se define como “la sustitución de un término por otro” (Innes, 1997). Por ejemplo, puede decirse que la lección que toma un profesor de  Historia sobre los datos de las guerras de independencia es como el programa “Domingos para la juventud”. Si yo elijo definir esa lección como “Domingos para la juventud” y no como “una forma de preguntas y respuestas que no ayudan a los chicos a construir sentidos acerca de la historia”, estoy definiendo la misma lección con dos metáforas diferentes.
Y cada metáfora construye diversos puntos de vista, arma recorridos distintos. La primera señala quizás el ritual escolar: esas fechas que se saben un par de días y después caen en el olvido parcial o total. La segunda apunta en dirección a la no contribución de esa lección a la actividad  de aprender en un sentido más estricto. Mientras que la primera metáfora señala ante todo la cultura escolar, las reglas de la lección en sí mismas, la segunda se refiere  primariamente a las operaciones de conocimiento ligadas a esta situación, la repetición memorística para ganar un juego. Esto es, elegir una metáfora para describir un objeto específico no es una acción inocente; marca una dirección y le da a la definición un matiz específico. El lenguaje, en este sentido, no refleja la realidad, sino que produce sentidos, crea la realidad social.
Las metáforas son centrales para poder desenvolverse en situaciones sociales. Por ejemplo, cuando uno pregunta: “¿tenés hora?” y el otro contesta solamente: “si”, la respuesta es correcta desde el punto de vista estricto de la pregunta. Pero desde el punto de vista de cómo nos comunicamos, lo “correcto” es responderle: “Dos menos cuarto”. Esto es, nosotros usamos todos los días metáforas para vivir.
Cada cultura ha desarrollado sistemas de metáforas diferentes. Lakoff y Johnson, dos investigadores estadounidenses, han expuesto todas las metáforas que existen en la cultura norteamericana alrededor de la idea de que “el tiempo es dinero”. Otro ejemplo puede ser la comparación de las distintas formas de insultar que existen en diversas lenguas y culturas: es muy interesante comprobar cómo en algunas culturas predomina el componente sexual, y en otras, el componente animal o de la cultura campesina, aun cuando no haya ahora muchos campesinos.
Las metáforas nos hablan de la imaginación de las culturas. Las personas que viven dentro de esas culturas sienten que  hay cosas que están bien y otras que están mal, y también, a veces, formulan cómo deberían ser las cosas de esa sociedad. En todo este proceso de la imaginación, de lo deseado, las metáforas desempeñan un rol muy importante ( Lakoff y Johnson, 1988).
Volviendo al caso de Comenio, si el docente es “el sol”, los niños son puestos, en esa comparación, en el lugar del “árbol” y de los “animales”. Esta metáfora ayuda a Comenio a justificar su afirmación de que el principio activo del aula – siguiendo la imagen del sol – sólo puede ser el maestro.
La diferencia abismal entre el sol y el árbol o entre el sol y el animal se lleva muy bien con el prejuicio de que el abismo entre docente y alumno en el aula puede compararse con los conceptos de actividad-pasividad o con la idea que tienen muchas personas – entre ellas, algunos docentes- de que los niños cuando llegan a la escuela “no saben nada de nada”, y ponen al docente como un sol que “iluminará” al niño, como si éste hubiera vivido en el desconocimiento-oscuridad todos los años anteriores a la escolaridad. Esto es, definiendo un segundo aspecto, puede decirse que las metáforas no sólo no son inocentes, sino que pueden analizarse como estrategias para formular algunas ideas que muchas veces permanecen indiscutidas.
¿Es el alumno impensable sin el docente? ¿Aprender es lo mismo que “ser enseñado”, como esta metáfora propone a través de la figura pasiva del niño? ¿Es el tipo de dependencia del animal y del árbol con respecto al sol el mismo tipo de dependencia del alumno con respecto al docente? Todas estas ideas no dichas se cruzan en la formulación de Comenio.
Entonces, cuando analizamos la metáfora de Comenio, no sabemos muy bien si describía realmente la relación entre docente y alumno en su tiempo, pero sí sabemos que, probablemente de manera inconsciente y permeada por su cultura, nos dice más sobre su estrategia en relación con el aula que con respecto al aula misma como objeto “real”. Analizar metáforas, entonces, es verlas fundamentalmente como síntomas o emergentes de estrategias, de propósitos del que las dice. Precisamente porque la metáfora no es inocente, nos muestra la “no-inocencia” del que la pronuncia y nos da pistas para poder comprender adonde quiere ir.
Con esto queremos indicarle una perspectiva importante a la hora de analizar la escuela, el aula y la pedagogía: las metáforas no son “adornos” que se ponen para decir “lo mismo” con otras palabras. Hemos visto que usar una metáfora u otra no es decir “lo mismo”, sino que lo que aparece como “mismo” es el docente: el docente  es un sol, el docente es un guía. Pero este “mismo” no es independiente de la forma en que nos referimos a él: cuando Comenio les dice a los docentes qué es lo que tienen que hacer, lo deduce de las metáforas, no de una supuesta cualidad universal del maestro. Por eso dijimos antes que el lenguaje crea la realidad social, produce maneras de comprender el mundo. La metáfora, entonces, es algo decisivo a la hora de definir las cosas.
Las metáforas pueblan nuestro lenguaje cotidiano y también el lenguaje especializado. La mayoría de las veces, al hablar usamos metáforas de las que generalmente no somos conscientes. Cuando hablamos de la teoría, por ejemplo, podemos decir que es como un edificio que tiene sus fundamentos, que debe ser construida, que necesita ser desmantelada, o también desconstruida. Cuando hablamos del aprendizaje, decimos que es también una construcción o una estructura. En todos los casos, el uso de ciertas metáforas crea relaciones de similitud con algunos fenómenos y no con otros, nombra y define de manera que también excluye otras posibilidades.
Otra metáfora de un pedagogo inglés es la siguiente: este educador usaba la metáfora de la jardinería y del crecimiento natural para referirse al proceso de enseñanza-aprendizaje. Decía: (…) Las mentes de los niños, y aun las de los adultos, pueden ser con justicia comparadas con un jardín, que, si no es atendido, pronto va a estar invadido por dañinos yuyos, que van a enraizarse tan profundamente que van a sofocar todo buen pensamiento y afecto, y aun a la conciencia misma” (Wilderspin, 1824). El deber del maestro-jardinero es regar las plantas, cuidar y atender sus necesidades especiales, limpiarlas de los yuyos malignos, hasta que florezcan por sí mismas. Nótese que el contenido conservador del enunciado: el jardinero puede ayudar a que la planta crezca, pero no puede modificar el potencial inherente o innato de cada planta de desarrollarse en su propia dirección.
En este sentido, queremos enfatizar que las metáforas tienen consecuencias, definen un universo de cualidades y de acciones posibles, tanto como en el caso del maestro-sol. En este sentido, participan centralmente de la construcción de nuestra subjetividad, por ejemplo, dándonos formas de nombrar nuestra actividad docente que determinan cómo vamos a procesar nuestras experiencias en el aula. Ahora, pensemos la escuela según estas metáforas:
1.      Como una empresa: Si se ve a la escuela como una empresa, se puede decir que las inversiones tienen que estar en relación con las ganancias esperadas, se puede pensar en que la escuela debe ofrecer “garantías” de sus productos, como lo hacen las empresas, y por ello armar un sistema de medición de aprendizajes que fije de algún modo los parámetros de la garantía. El director pasa a ser un gestor, casi un ejecutivo de lo escolar, que tiene que buscar sponsors, hacer propaganda de la escuela, trazar una estrategia, entre otras cosas.
Asimismo, en una empresa se despide a los trabajadores cuando no hay trabajo, y una escuela con 20 alumnos en un lugar apartado de una provincia (si se considera a la educación únicamente como una empresa que debe ser rentable) puede ser borrada del organigrama, ya que no habría suficiente trabajo ni se “produciría” una cantidad significativa de alumnos escolarizados.
2.      Como una familia: Si se ve a la escuela como una familia, es posible que las maestras – ya que la mayoría de los docentes son, en estos tiempos, mujeres – se sientan “madres”. Ser “madre”, ser “segunda madre” en el “segundo hogar”, son expresiones metafóricas que nos informan que la persona que las usa piensa en la escuela como en una familia. En una familia hay, quizás, una división del trabajo: alguien saca la basura, alguien pone la mesa, alguien corta el césped. Por otro lado, en la familia privan las relaciones afectivas y las reglas suelen ser más flexibles que en otras organizaciones sociales. ¿Se trasladan estas características a la escuela? ¿Existen en una escuela relaciones de “herencia”, como en una familia? ¿El poder y las facultades de un docente son comparables a las de un padre o a las de una persona que tiene la patria potestad? ¿Qué pasa con la calidad de trabajador de la maestra cuando se la considera una “segunda mamá”?.
3.      Como agente del progreso: La escuela aparece como el medio para combatir la “oscuridad” de la ignorancia, como un lugar donde la luz del conocimiento (una persona inteligente, se dice, tiene “muchas luces”) se expande a expensas de la oscuridad. En esta visión, la escuela puede verse también como un bastión contra una sociedad cada vez más “brutal”, o como un centro donde la razón gobierna y se desarrolla. Pero ¿está la escuela al tanto y participa de muchas investigaciones científicas, de la política y de los cambios de las maneras de relacionarse entre jóvenes y adultos que tienen lugar en la sociedad no-escolar? ¿Son siempre las sociedades más escolarizadas las que más han progresado?
4.      Como templo del saber: Esta metáfora está vinculada a la anterior pero contiene elementos religiosos, aunque sin una presencia divina. Se dice que la docencia es un “apostolado” (¿será el destino de los docentes, entonces, ser comidos por los leones en los anfiteatros, como los apóstoles cristianos?). También se oye que la escuela es un “templo”, y por ello hay reglas especiales: así como los fieles se persignan al entrar a la iglesia o se lavan los pies antes de entrar a la mezquita, en las escuelas hay saludos “poco naturales”: ponerse de pie, formar fila, tratar de manera diferente al inspector o al director. Observe, por ejemplo, el siguiente párrafo acerca de los maestros que fuman en clase, escrito en 1884: “Mucho se ha dicho y escrito en Pedagogía considerando a la escuela como un templo y al maestro como un sacerdote; en consecuencia, si el mayor respeto se guardaba en la casa de Dios, también debía observarse en aquella en que la juventud se forma. El maestro que fuma en clase empieza por profanar el sagrado recinto en que se encuentra, faltando al respeto que debe a sus alumnos, y concluye abriéndoles el camino de la imitación y el deseo, porque los niños son imitativos y copian con facilidad todo aquello que ven ejecutar a los mayores, y especialmente al maestro, a quien tienen como modelo diario” (“El maestro que fuma en clase”. En: Revista de Educación).

Estas metáforas se usaron y se usan para referirse a la educación, y pueden ser revisadas con la pedagogía normalizadora. Su uso fue cambiando a través del tiempo, aunque puede decirse que la metáfora de la empresa y la del agente del progreso siguen teniendo amplia vigencia, así  como la de que la escuela es como una familia. Estos cambios en los regímenes metafóricos hacen referencia a cambios más generales del lugar de la escuela en la sociedad y de los discursos que la sociedad acepta. Por ejemplo, la idea de la escuela como empresa no era común hace sesenta años en la Argentina (sí en los Estados Unidos), pero hoy es una de las que más se escuchan en el lenguaje de los políticos y administradores del sistema.

Esto es, si un tipo de metáfora se vuelve más importante en una cultura, nos habla de lo que está pasando en ella. Si la escuela se ve como un templo del saber, habrá que reforzar todas las formas más o menos solemnes de la cultura escolar; si se la considera como una familia, habrá que ver si la autoridad del docente puede ser igual a la de los padres; de ahí que algunos padres “den permiso” a los maestros para castigar corporalmente  a los niños, ya que para ellos la escuela no debe ser diferente de las pautas familiares. Entonces, pensar la escuela a través de ciertas metáforas es determinar lo que uno cree que debe hacerse con ella.

Las metáforas que usamos y que nos parecen apropiadas contienen toda una serie de posibles consecuencias sobre el futuro de nuestras escuelas. La pedagogía como un saber específico, con su historia, sus vinculaciones, sus efectos directos o indirectos, también puede pensarse a partir de las metáforas que organizaron sus discursos.


Es fundamental poder ver que las metáforas nos dicen algo, que nos indican mucho más de lo que suponen. Por eso, como docentes, es central ver quién usa qué metáforas, qué cosas nos ayuda a pensar una metáfora y qué cosas nos está ocultando. Así como en la vida cotidiana, también están en la escuela, y así como “cortar” una relación parecería indicar que uno corta un cable que lo une al otro, las metáforas pedagógicas del aprendizaje como “apropiación”, del docente como “gestor del aula”, también nos informan mucho acerca del panorama pedagógico y de las fuerzas educativas en donde actuamos.