EXORDIO:
LA PEDAGOGÍA Y SUS METÁFORAS
Tal como manifestaba
Comenio: el docente tiene que actuar como la naturaleza; su
acción de enseñar a todos los alumnos al mismo tiempo se parece a
la actividad del sol, que calienta a todos los objetos a la vez. También
Comenio decía que el docente en el aula es como el arquitecto que
comienza la casa por los cimientos; de modo que el docente tiene que empezar
por ese cimiento específico que es la disciplina de los niños.
El mismo proceso de ver
algo bajo la lupa de otro término se encuentra en la discusión que planteamos
sobre el poder pastoral, esto es, si a los alumnos se los ve como a un ejército
o como a un rebaño. Para definir una cosa usamos otras. Esto lo hacemos todos
los días: podríamos decir que el/la directora/a de la escuela es como un
presidente, o como un rey. En ambos casos las comparaciones nos dicen algo,
pero en cada uno nos están diciendo algo distinto. Si se dice que el/la
director/a de la escuela es como un presidente, la idea es que, si bien dirige
el conjunto de la escuela, su poder no es ilimitado. Si se dice que el/la
directora/a es como un rey, probablemente eso nos evoca otras cosas: cierto
despotismo, caprichos, un poder que parece no reglamentado.
Entonces, estas comparaciones no son inocentes ni neutrales: evocar
otros significados implica resaltar relaciones y conexiones que pueden no ser
evidentes para los otros, y que queremos que lo sean. Estas afirmaciones no
inocentes se han denominado en la retórica “metáforas” y se las conoce desde la
Antigûedad, cuando fueron ya planteados por Aristóteles en su Poética. Desde
ese entonces, la metáfora se define como “la sustitución de un término por
otro” (Innes, 1997). Por ejemplo, puede decirse que la lección que toma un
profesor de Historia sobre los datos de
las guerras de independencia es como el programa “Domingos para la juventud”.
Si yo elijo definir esa lección como “Domingos para la juventud” y no como “una
forma de preguntas y respuestas que no ayudan a los chicos a construir sentidos
acerca de la historia”, estoy definiendo la misma lección con dos metáforas
diferentes.
Y cada metáfora
construye diversos puntos de vista, arma recorridos distintos. La primera
señala quizás el ritual escolar: esas fechas que se saben un par de días y
después caen en el olvido parcial o total. La segunda apunta en dirección a la
no contribución de esa lección a la actividad
de aprender en un sentido más estricto. Mientras que la primera metáfora
señala ante todo la cultura escolar, las reglas de la lección en sí mismas, la
segunda se refiere primariamente a las
operaciones de conocimiento ligadas a esta situación, la repetición memorística
para ganar un juego. Esto es, elegir una metáfora para describir un objeto
específico no es una acción inocente; marca una dirección y le da a la
definición un matiz específico. El lenguaje, en este sentido, no refleja la
realidad, sino que produce sentidos, crea la realidad social.
Las metáforas son
centrales para poder desenvolverse en situaciones sociales. Por ejemplo, cuando
uno pregunta: “¿tenés hora?” y el otro contesta solamente: “si”, la respuesta
es correcta desde el punto de vista estricto de la pregunta. Pero desde el
punto de vista de cómo nos comunicamos, lo “correcto” es responderle: “Dos
menos cuarto”. Esto es, nosotros usamos todos los días metáforas para vivir.
Cada cultura ha
desarrollado sistemas de metáforas diferentes. Lakoff y Johnson, dos
investigadores estadounidenses, han expuesto todas las metáforas que existen en
la cultura norteamericana alrededor de la idea de que “el tiempo es dinero”.
Otro ejemplo puede ser la comparación de las distintas formas de insultar que
existen en diversas lenguas y culturas: es muy interesante comprobar cómo en
algunas culturas predomina el componente sexual, y en otras, el componente
animal o de la cultura campesina, aun cuando no haya ahora muchos campesinos.
Las metáforas nos hablan de la imaginación
de las culturas. Las personas que viven dentro de esas
culturas sienten que hay cosas que están
bien y otras que están mal, y también, a veces, formulan cómo deberían ser las
cosas de esa sociedad. En todo este proceso de la imaginación, de lo deseado,
las metáforas desempeñan un rol muy importante ( Lakoff y Johnson, 1988).
Volviendo al caso de
Comenio, si el docente es “el sol”, los niños son puestos, en esa comparación,
en el lugar del “árbol” y de los “animales”. Esta metáfora ayuda a Comenio a
justificar su afirmación de que el principio activo del aula – siguiendo la
imagen del sol – sólo puede ser el maestro.
La diferencia abismal
entre el sol y el árbol o entre el sol y el animal se lleva muy bien con el
prejuicio de que el abismo entre docente y alumno en el aula puede compararse
con los conceptos de actividad-pasividad o con la idea que tienen muchas
personas – entre ellas, algunos docentes- de que los niños cuando llegan a la
escuela “no saben nada de nada”, y ponen al docente como un sol que “iluminará”
al niño, como si éste hubiera vivido en el desconocimiento-oscuridad todos los
años anteriores a la escolaridad. Esto es, definiendo un segundo aspecto, puede
decirse que las metáforas no sólo no son inocentes, sino que pueden analizarse
como estrategias para formular algunas ideas que muchas veces
permanecen indiscutidas.
¿Es el alumno
impensable sin el docente? ¿Aprender es lo mismo que “ser enseñado”, como esta
metáfora propone a través de la figura pasiva del niño? ¿Es el tipo de
dependencia del animal y del árbol con respecto al sol el mismo tipo de
dependencia del alumno con respecto al docente? Todas estas ideas no dichas se
cruzan en la formulación de Comenio.
Entonces, cuando
analizamos la metáfora de Comenio, no sabemos muy bien si describía realmente
la relación entre docente y alumno en su tiempo, pero sí sabemos que,
probablemente de manera inconsciente y permeada por su cultura, nos dice más sobre su estrategia en relación con el aula que con respecto
al aula misma como objeto “real”. Analizar metáforas, entonces, es
verlas fundamentalmente como síntomas o emergentes de estrategias, de
propósitos del que las dice. Precisamente porque la metáfora no es inocente,
nos muestra la “no-inocencia” del que la pronuncia y nos da pistas para poder
comprender adonde quiere ir.
Con esto queremos
indicarle una perspectiva importante a la hora de analizar la escuela, el aula
y la pedagogía: las metáforas no son “adornos” que se ponen para decir “lo
mismo” con otras palabras. Hemos visto que usar una metáfora u otra no es decir
“lo mismo”, sino que lo que aparece como “mismo” es el docente: el docente es un sol, el docente es un guía. Pero este
“mismo” no es independiente de la forma en que nos referimos a él: cuando
Comenio les dice a los docentes qué es lo que tienen que hacer, lo deduce de
las metáforas, no de una supuesta cualidad universal del maestro. Por eso
dijimos antes que el lenguaje crea la realidad social, produce maneras de
comprender el mundo. La metáfora, entonces, es algo decisivo a la hora de
definir las cosas.
Las metáforas pueblan nuestro lenguaje
cotidiano y también el lenguaje especializado. La mayoría de
las veces, al hablar usamos metáforas de las que generalmente no somos
conscientes. Cuando hablamos de la teoría, por ejemplo, podemos decir que es como
un edificio que tiene sus fundamentos, que debe ser construida, que necesita
ser desmantelada, o también desconstruida. Cuando hablamos del aprendizaje,
decimos que es también una construcción o una estructura. En todos los casos,
el uso de ciertas metáforas crea relaciones de similitud con algunos fenómenos
y no con otros, nombra y define de manera que también excluye otras
posibilidades.
Otra metáfora de un
pedagogo inglés es la siguiente: este educador usaba la metáfora de la
jardinería y del crecimiento natural para referirse al proceso de
enseñanza-aprendizaje. Decía: (…) Las mentes de los niños, y aun las de los
adultos, pueden ser con justicia comparadas con un jardín, que, si no es
atendido, pronto va a estar invadido por dañinos yuyos, que van a enraizarse
tan profundamente que van a sofocar todo buen pensamiento y afecto, y aun a la
conciencia misma” (Wilderspin, 1824). El deber del maestro-jardinero es regar
las plantas, cuidar y atender sus necesidades especiales, limpiarlas de los
yuyos malignos, hasta que florezcan por sí mismas. Nótese que el contenido
conservador del enunciado: el jardinero puede ayudar a que la planta crezca,
pero no puede modificar el potencial inherente o innato de cada planta de
desarrollarse en su propia dirección.
En este sentido,
queremos enfatizar que las metáforas tienen consecuencias, definen un universo
de cualidades y de acciones posibles, tanto como en el caso del maestro-sol. En
este sentido, participan centralmente de la construcción de nuestra
subjetividad, por ejemplo, dándonos formas de nombrar nuestra actividad docente
que determinan cómo vamos a procesar nuestras experiencias en el aula. Ahora,
pensemos la escuela según estas metáforas:
1.
Como una empresa: Si se ve a la escuela
como una empresa, se puede decir que las inversiones tienen que estar en
relación con las ganancias esperadas, se puede pensar en que la escuela debe
ofrecer “garantías” de sus productos, como lo hacen las empresas, y por ello
armar un sistema de medición de aprendizajes que fije de algún modo los
parámetros de la garantía. El director pasa a ser un gestor, casi un ejecutivo
de lo escolar, que tiene que buscar sponsors, hacer propaganda de la escuela,
trazar una estrategia, entre otras cosas.
Asimismo,
en una empresa se despide a los trabajadores cuando no hay trabajo, y una
escuela con 20 alumnos en un lugar apartado de una provincia (si se considera a
la educación únicamente como una empresa que debe ser rentable) puede ser
borrada del organigrama, ya que no habría suficiente trabajo ni se “produciría”
una cantidad significativa de alumnos escolarizados.
2.
Como una familia:
Si se ve a la escuela como una familia, es posible que las maestras – ya que la
mayoría de los docentes son, en estos tiempos, mujeres – se sientan “madres”.
Ser “madre”, ser “segunda madre” en el “segundo hogar”, son expresiones
metafóricas que nos informan que la persona que las usa piensa en la escuela
como en una familia. En una familia hay, quizás, una división del trabajo:
alguien saca la basura, alguien pone la mesa, alguien corta el césped. Por otro
lado, en la familia privan las relaciones afectivas y las reglas suelen ser más
flexibles que en otras organizaciones sociales. ¿Se trasladan estas
características a la escuela? ¿Existen en una escuela relaciones de “herencia”,
como en una familia? ¿El poder y las facultades de un docente son comparables a
las de un padre o a las de una persona que tiene la patria potestad? ¿Qué pasa
con la calidad de trabajador de la maestra cuando se la considera una “segunda
mamá”?.
3.
Como agente del progreso: La escuela aparece
como el medio para combatir la “oscuridad” de la ignorancia, como un lugar
donde la luz del conocimiento (una persona inteligente, se dice, tiene “muchas
luces”) se expande a expensas de la oscuridad. En esta visión, la escuela puede
verse también como un bastión contra una sociedad cada vez más “brutal”, o como
un centro donde la razón gobierna y se desarrolla. Pero ¿está la escuela al
tanto y participa de muchas investigaciones científicas, de la política y de
los cambios de las maneras de relacionarse entre jóvenes y adultos que tienen
lugar en la sociedad no-escolar? ¿Son siempre las sociedades más escolarizadas
las que más han progresado?
4.
Como templo del saber:
Esta metáfora está vinculada a la anterior pero contiene elementos religiosos,
aunque sin una presencia divina. Se dice que la docencia es un “apostolado”
(¿será el destino de los docentes, entonces, ser comidos por los leones en los
anfiteatros, como los apóstoles cristianos?). También se oye que la escuela es
un “templo”, y por ello hay reglas especiales: así como los fieles se persignan
al entrar a la iglesia o se lavan los pies antes de entrar a la mezquita, en
las escuelas hay saludos “poco naturales”: ponerse de pie, formar fila, tratar
de manera diferente al inspector o al director. Observe, por ejemplo, el
siguiente párrafo acerca de los maestros que fuman en clase, escrito en 1884:
“Mucho se ha dicho y escrito en Pedagogía considerando a la escuela como un
templo y al maestro como un sacerdote; en consecuencia, si el mayor respeto se
guardaba en la casa de Dios, también debía observarse en aquella en que la
juventud se forma. El maestro que fuma en clase empieza por profanar el sagrado
recinto en que se encuentra, faltando al respeto que debe a sus alumnos, y
concluye abriéndoles el camino de la imitación y el deseo, porque los niños son
imitativos y copian con facilidad todo aquello que ven ejecutar a los mayores,
y especialmente al maestro, a quien tienen como modelo diario” (“El maestro que
fuma en clase”. En: Revista de Educación).
Estas
metáforas se usaron y se usan para referirse a la educación, y pueden ser
revisadas con la pedagogía normalizadora. Su uso fue cambiando a través del
tiempo, aunque puede decirse que la metáfora de la empresa y la del agente del
progreso siguen teniendo amplia vigencia, así
como la de que la escuela es como una familia. Estos cambios en los
regímenes metafóricos hacen referencia a cambios más generales del lugar de la
escuela en la sociedad y de los discursos que la sociedad acepta. Por ejemplo,
la idea de la escuela como empresa no era común hace sesenta años en la
Argentina (sí en los Estados Unidos), pero hoy es una de las que más se
escuchan en el lenguaje de los políticos y administradores del sistema.
Esto
es, si un tipo de metáfora se vuelve más importante en una
cultura, nos habla de lo que está pasando en ella. Si la escuela se
ve como un templo del saber, habrá que reforzar todas las formas más o menos
solemnes de la cultura escolar; si se la considera como una familia, habrá que
ver si la autoridad del docente puede ser igual a la de los padres; de ahí que
algunos padres “den permiso” a los maestros para castigar corporalmente a los niños, ya que para ellos la escuela no
debe ser diferente de las pautas familiares. Entonces, pensar la escuela a
través de ciertas metáforas es determinar lo que uno cree que debe hacerse con
ella.
Las
metáforas que usamos y que nos parecen apropiadas contienen toda una serie de
posibles consecuencias sobre el futuro de nuestras escuelas. La pedagogía como un saber específico, con su historia, sus
vinculaciones, sus efectos directos o indirectos, también puede pensarse a
partir de las metáforas que organizaron sus discursos.
Es
fundamental poder ver que las metáforas nos dicen algo, que nos indican mucho
más de lo que suponen. Por eso, como docentes, es central ver quién usa qué
metáforas, qué cosas nos ayuda a pensar una metáfora y qué cosas nos está
ocultando. Así como en la vida cotidiana, también están en la escuela, y así
como “cortar” una relación parecería indicar que uno corta un cable que lo une
al otro, las metáforas pedagógicas del aprendizaje como “apropiación”, del
docente como “gestor del aula”, también nos informan mucho acerca del panorama
pedagógico y de las fuerzas educativas en donde actuamos.